Abismar continúa el camino abierto con la colección anterior de
Beltrá,
Abisal, el resultado de su constante anhelo por recrear nuevas naturalezas: “Me sumerjo más aún en un estadio de azules que nadan entre plantas inacabadas que parecen flotar en un escenario de azul oscuro que recuerda a la noche”. Su trabajo siempre ha girado en torno a la naturaleza, la soledad, el caos y la entropía. Ítems que han trazado una línea argumental para entender el posicionamiento de uno y el mundo y aceptar el caos como forma de ser y defenderlo como paradigma estético dentro del arte. En ese recorrido, surgen algunas preguntas, por ejemplo, “como he venido a tender mis cuadros en este manto azul. Quizás sea el anhelo por detener el frenesí de nuestro acontecer diario, quizás es la voluntad de silencio y quietud, de encuentro e introspección. La voluntad de reflexionar y fraguar la creación de mis piezas en este escenario de colores sumergidos”.
Para
Beltrá, el mundo abisal siempre ha sido “fascinante, los métodos de supervivencia que existen a esas latitudes. Me sorprende la grandeza creativa de la naturaleza para generar esas fluorescencias y esas formas de vida tan bizarras. Una obra maestra, sin duda. Como hipnótica me declino caprichosa a transportar esta atmósfera a mis junglas”. Y hay un leitmotiv que se repite: “Las plantas y más plantas que llaman a proclamarse, a buscar más espacios entre nosotros y hacerse notar. A manifestar en el aire sus bondades”.
Abismar, como verbo de abisal, “viene a significar quedarse pasmado, sin palabras, atónito, ojiplático, absorto ante un pensamiento que nos inunda, o ante un escenario apabullante, desconcertante o sencillamente bello. Un verbo inusual, pero que encuentro idóneo al hilo de mi contexto abismal. En definitiva, elegido para invitar al espectador a reflexionar sobre la relación que tejemos con la tierra, con las plantas”
En estos últimos años Beltrá ha ido desarrollando una serie de exposiciones que abordan el tema de la relación con lo natural desde una posición urbana. “Los artistas buscamos lugares de inspiración donde los fenómenos de creación sucedan de la manera más espontánea posible. Quizás la esencia de ese anhelo sea la necesidad del retorno a lo natural, al vergel perdido, a los sonidos y colores que antaño nos rodeaban”.
Fernando Castro Flórez, conocedor de su obra, considera que Beltrá disfruta planteando contrastes cromáticos pero también “yuxtaponiendo imágenes figurativas con superficies abstractas. Más allá de todo fundamentalismo estilístico, entiende la pintura como una pulsión gozosa en la que podemos reconocer aquella dinámica que expande el arabesco en una búsqueda de lo esencialmente natural, tal y como Worringer lo entendiera. Las plantas dominan la mitad de esos extraordinarios “dípticos”, trazadas sin buscar lo acabado, como si acaso tuvieran que evocar la metamorfosis goetheana. El panorama selvático fricciona con las superficies aparentemente monocromáticas en las que no hay una búsqueda de lo aséptico sino, al contrario, una turbulenta manifiesta. La sugerencia visual del frescor de las plantas se amplifica en los módulos abstractos en los que la pintura ha sido, literalmente, arrojada, en una salpicadura que, de nuevo, no quiere concretarse en la forma bien compuesta”.
Renzo Bellini considera “paradójico que asomarnos a nuestros orígenes pueda generarnos una zozobra tal, una inquietud e incluso hasta un miedo irracional que nos haya llevado a encarcelarlos fuera de dónde creemos que sus reglas pudieran afectarnos cotidianamente. Hemos dejado atrás una naturaleza que nos circundaba latente y vital, parte de nuestra realidad primera e inobviable. Caprichosa y vulnerable por igual, imprevisible e impetuosa sí, pero fiel dadora de vida”.
En esta exposición “
Ana Beltrá trata de asomarse a una realidad que nos es casi paralela y que continuamente vamos acotando en pro de nuestra ficticia burbuja de seguridad y realidades alienadas”, afirma Bellini, para quien
Abismar significa asomarse a ese insondable mar de naturaleza que en su día nos cobijó, nutrió e hizo crecer, para intentar comprenderlo... para intentar comprendernos. Significa situarse en el abismo, en esa línea floja donde mirar al acantilado de nuestros complejos poniendo en duda los cimientos sobre los que creemos estar parados. Dudar del avance para avanzar. Significa profundizar en las fosas abisales (Ver
Abisal Ana Beltrá 2018) de nuestras oscuridades: el desván donde aparcamos lo incómodo. Allí donde el miedo, y la falta de control sobre todo, nos da vértigo, nos paraliza y nos hipnotiza pero que, si somos capaces de mantener la entereza, una vez asimilado color y temperatura, sacar conocimientos que nos harán crecer. Un júbilo de autoconocimiento”.